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LOS ASARO (HOMBRES DE BARRO)

J.J.D.R.

Duerme el bosque. Hace tiempo que el sol desapareció tras la loma dejando tras de sí un manto de color anaranjado que cubre el frondoso valle. En apenas unos minutos la oscuridad trasforma el universo cercano y disfraza los senderos y el cielo de oscuros ropajes. La luna llena y brillante como un gran farol colgado del firmamento se adueña del cielo y descubre una extraña figura reflejada en la claridad del agua del río.
De nacarado blanco y resplandeciente pavor demoníaco, efigie de terror depositaria del anonimato del guerrero, la máscara de un joven de la tribu asaro termina diluyéndose en pos de la corriente del río como si el busto de la propia muerte lavara sus miedos en el cauce tranquilo del arroyo.

MIEMBRO DE LA TRIBU ASARO

Un rostro terrorífico puede causar pavor y un miedo irrefrenable. Un rostro desfigurado, iluminado por la tenue luz de la luna llena o el fulgor centelleante de una antorcha, es capaz de doblegar la fortaleza de un hombre y, si son muchas máscaras las que irrumpen en la noche, incluso ganar batallas y derrocar a los más acérrimos enemigos.
Los Asaro son una de las muchas etnias que pueblan las fértiles y frondosas selvas y valles de Papua Nueva Guinea en el archipiélago de Bismarck.


Foto www.tumblr.com

El valle de Waghi y el Asaro (éste último da nombre a varios grupos étnicos de la región) es morada y cuna de pueblos ancestrales de gran diversidad antropológica como es el caso de los hombres de barro como tan bien son conocidos los Asaro.
Las disputas territoriales entre los diferentes pueblos del valle del Waghi han sido continuas en el tiempo. Aún hoy día, aunque menos frecuente, los pueblos de las montañas dirimen sus diferencias a punta de flecha y las autoridades de Papúa apenas pueden hacer nada por evitarlo.
Comenzaba el siglo XX cuando un episodio curioso cambio la vida y costumbre de este pueblo aborigen. La belicosidad de una tribu vecina, quienes les infringían continuos hurtos de ganado e incluso de mujeres, llevó a un jefe Asaro a idear un plan para acabar con sus enemigos.




Utilizando una arcilla de un blanco muy puro (para muchos pueblos de piel oscura el color blanco es el color de la muerte) se fabricaron máscaras horrendas a cual más terrorífica. Cada individuo, puso toda su voluntad y utilizó sus actitudes plásticas para crear la más siniestra máscara de arcilla. Una vez que las máscaras estuvieron acabadas, esperaron la llegada de la noche y se encaminaron en busca del poblado enemigo. Cuando la luz de las hogueras les indicó la proximidad del poblado, embadurnaron sus cuerpos con barro y encendieron las antorchas. El enemigo les doblaba en número y la única posibilidad de victoria pasaba por infringirles el mayor miedo posible.


Foto www.dprewie.com

Alzando sus hachas, blandiendo lanzas y portando con destreza arco y flechas, irrumpieron en el poblado enemigo gritando como posesos amparados por la oscuridad de la noche. Los miembros de la tribu atacada, al ver los rostros deformes y terroríficos que tenían sus enemigos, corrieron despavoridos por el bosque para no volver nunca más.
Aquellas máscaras ganaron una batalla decisiva para el pueblo Asaro y demostró, una vez más, que la inteligencia es el arma más notable que puede existir.




Desde aquella gloriosa jornada, cada año, los miembros de la tribu fabrican máscaras que utilizan para simbolizar ritualmente la gran victoria conseguida en los márgenes del río Asod.
En el año 1957 se inauguró el primer festival cultural en Papua Nueva Guinea. Se conoce como el festival Goroka, y su objetivo es el de servir como escenario común a 1000 pueblos distintos, 820 lenguas diferentes, de un total de 5 millones de individuos que pueblan Papúa. De toda esta inmensa diversidad cultural, son pocos pueblos los que se conocen entre sí, y el festival es una buena oportunidad para mostrar sus costumbres, sus ritos y también su poderío.




Digamos que las ceremonias sing-sing -como son conocidas-, sirven para estrechar lazos de unión entre los pueblos, o al menos esa es la intención.
El colorido es tan singular como espectacular. Al ritmo del Kundu, instrumento de percusión típico de Papúa, los pueblos cantan y danzan exhibiendo sus cuerpos adornados con todo tipo de abalorios y plumajes exóticos llenos de color.




Les llega el momento a los guerreros Asaro, Los hombres de barro entran en escena. Cuerpos oscuros y cenicientos saltan y golpean el suelo con sus lanzas mientras las mujeres con sus faldas hechas con las plumas del casuario, con devoción admiran las correrías de sus guerreros por la explanada del valle de Wagh.
Ante todos los presentes, quienes observan el ritual con asombro, son las máscaras las que logran erizar los bellos del cuerpo y hacer que un escalofrío recorra la espina dorsal muchos presentes en el festival.


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Como salidos de una película de ciencia ficción, los guerreros Asaro parecen seres recién salidos del inframundo, monstruos con cabeza de barro cuyas facciones emulan con destreza las mil y una formas en las que el terror puede tomar forma física.
Y es que al caer la noche, cuando las tinieblas cubren la espesura del bosque con su ceguera, y el silencio se torna tan puro como el latir desenfrenado de un corazón asustado,  la visión de la máscara de un guerrero Asaro, puede hacer creer a cualquiera que a través del bosque, llegó hasta las puertas del mismísimo averno.

Aportes y Datos:
Texto de mi anterior blog Centinela del Sendero










Comentarios

  1. Lo más interesante es que haya sucedido en un tiempo en el que fue posible recoger en crónicas el hecho que le dio origen a ese ritual. Muy curioso.
    Un abrazo

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